Desde el
comienzo, el libro de Gabriela Tavolara plantea el enigma de la identidad.
Strip-Dancer dice que no sabe presentarse, avisa a los lectores que intentará
mostrarse pero siempre desde atrás de distintos disfraces, con voces tomadas de
libros, canciones, videos, con movimientos ajenos. Strip-Dancer es
Strip-Writer, se define lateralmente, habla de sus gustos, sus costumbres, su
forma de pensar el mundo. Todas sus descripciones, sus sentencias acerca de
quién es, tienden una trampa en la que mostrar sin tapujos es esconder algo
más. La desnudez no es más que otra forma de disfraz: “¿Estará mi piel hecha de
letras? ¿Seré yo cuando me desnudo?”, se pregunta la que escribe. Al tiempo que
deslumbra con sus pasos de baile y los brillos de sus lentejuelas, encandila al
espectador, intenta enceguecerlo para mantenerse oculta, tapada, a resguardo de
las miradas que pueden ver más allá del velo de la superficialidad.
Como quien
camina por la ciudad buscando encontrarse en los reflejos de las vidrieras,
eludiendo fijar la mirada en los objetos exhibidos, Strip-Dancer se sube a los
escenarios y mira a sus espectadores. La mirada de los otros —igual
que ella, desdoblados en público del show
de stripers y lectores— aparece
entonces en primer plano, la bailarina escritora se pregunta por esos
espectadores: “Ellos, ¿qué espectan? ¿Quiénes? ¿Quién soy? ¿Quién creo que soy
para los demás?”.
La
exhortación a este lector/espectador se plantea insistentemente, como en la
sección “No hay comu— —nidad en el asfalto” donde con las
microhistorias de tres hombres que viven en la calle, empieza un recorrido por
la urbe y una serie de cuestionamientos hacia la moral establecida: “Quiero decir... ¿Se te ocurre acostarte en el
piso de la calle? ¿Te pasó caerte en la vía pública y sentirte desnudo,
apurarte a correr de la propiedad privada donde te inmiscuiste?”. Es en este
mismo modo de preguntarse sobre la sociedad que Strip-Dancer aborda el complejo
tema de qué significa ser mujer hoy, mientras avanza en la búsqueda de su
propia identidad, balanceándose entre distintos estereotipos o simplificaciones
que nunca logran definirla de manera positiva: “Strip-Dancer no quiere ser
vista como una puta. No anda por ahí disfrazada de bailarina sexual. Ella es
una mujer. Una mujer más. No se acuesta con nadie que ella no quiera. A ella no
le pagan por ser sexo. Ella solo hace el amor. Pero a veces se siente una
mugre”.
Strip-Dancer
provoca, con sus imágenes, sus bailes, sus formas corporales y textuales. Bajo
las luces puntuales que alternativamente van iluminando lo que ella quiere que
veamos. Nos convierte en voyeurs de sus mensajes telefónicos, sus entrevistas,
sus coreografías y de toda su “vida privada” puesta en escena. Y en cada
estación de este viaje a su intimidad nos presenta su modo de ver la realidad
que la rodea, nos muestra la imagen que ese mundo le devuelve de ella misma: “Qué encanto-me-encanto, deslizándome como si poseyera cierto
conocimiento, sintiendo cierta aptitud freak enorgullecedora, les bailo
en el palo. Estudiante universitaria y bailarina night-club”.
El relato
avanza en saltos, en citas, en textos cortos, poemas, fragmentos y en canciones
que no solo son traducidas del inglés al español. Estas intervenciones
textuales toman la forma de un doblaje hecho a la medida del personaje,
adaptándose a su lugar y a su tiempo. Strip-Dancer, Strip-Writer, Lucero X, la
estudiante, la narradora. Personaje múltiple que exhibe al tiempo que se
esconde y que solo se irá descubriendo por la fuerza de los acontecimientos del
relato, en esta especie de viaje iniciático que se emprende hacia la
profundidad de la noche, allí donde el agotamiento o la euforia harán caer las
máscaras.
Los textos
que componen Strip-Dancer se van entrelazando en una red cuya trama se urde con
elementos visuales, auditivos, táctiles, que parecen inundar de informaciones y
detalles para comprender el mundo donde vive la protagonista. Sin embargo, poco
a poco el lector podrá apreciar que este entramado textual no responde a ese
relato como un fin, sino que conlleva otro propósito: hablar de la red en sí
misma, la forma de mostrarse, la escritura.
Es en este
arte de tejer textualmente en donde se puede apreciar el minucioso trabajo de Gabriela
Tavolara en la elección de sus citas, además de sus aciertos en la recreación
de un tono y un registro que logra al tiempo el refinamiento lírico y la verosimilitud
en la expresión de lo cotidiano. En los textos hay un recorrido que
desnaturaliza pequeños eventos rutinarios, desde la visión poética de quien se
encuentra en el margen, así cada palabra dicha por los transeúntes, los
paseantes, los carteles publicitarios, y hasta las máquinas expendedoras de
boletos, cobra un nuevo significado en los pensamientos de Strip-Writer.
“´La
Velocidad importa´, dice un cartel de compañía celular + internet. Como siempre
la publicidad tan atinada en tratar de repetirnos, identificarnos. Sí, ¿no?,
desde el siglo XIX la velocidad importa...”, pero sin embargo, este deambular
por la ciudad redescubriendo sus palabras y sus personajes si bien está
emparentado con el spleen de Baudelaire, guarda con él una divergencia
sustancial. Es cierto que hay una calma y una apariencia del dejarse llevar sin
apuros montándose en las olas del aglutinamiento de la urbe a pesar de la
conciencia de ser al borde de la
sociedad, “presiento que las personas somos individuos “forjados” para vivir en
comunidad, que “esto” no es natural, que existe el aglutinamiento en las
convenciones sociales”.
Si bien
Strip-Writer, como dice Baudelaire, puede “gozar de la muchedumbre” siendo el
poeta “aquel al que un hada ha insuflado en la cuna el gusto del disfraz y de
la máscara, el odio al domicilio y la pasión por el viaje”, su contracara
inseparable es Strip-Dancer, quien tiene un camino trazado por las metas
concretas que se ha propuesto, la independencia económica de su familia: “Ojalá
todo se hubiera dado siguiendo la perspectiva familiar de clase, la perspectiva
cultural de clase, la perspectiva sexual de clase...”.
El relato
nos ubicará en esta carrera por la supervivencia, y como espectadores
acompañaremos a la protagonista en cada uno de los atajos que irá tomando entre
la violencia de la noche y la soledad del frenesí urbano. Ella mirará estos
peligros como desde arriba de un escenario, de la misma forma que mira a los
demás, distante, con una alta dosis de soberbia y de ingenuidad. Estará
dispuesta a atravesar todo con su capacidad creativa “¡Inventemos una nueva
palabra para designar los lugares comunes! (qué vicio el de la creación). Si
tan sólo ya y aquí mismo descubrieran que todas las palabras buscan el
silencio…”. La voracidad de la noche se presentará auténtica y real, como esos
otros cuerpos expectantes que siempre anhelan mucho más que una pose, un baile
o una canción: “ cuando intenta correr/ escapar de nosotros/ una soga/ ahorca
la cintura/ tirante se desploma/ automáticamente una espalda vuelve en sí/
intenta correr dos metros más/ se desploma/ quedo ahí”.