Se ve todo muy claro: la luminosidad
enturbia la distinción de escenarios y personas. ¿Es un recuerdo del pasado o
el cuento de un pasado? Hay una confusión entre un departamento de planta baja
de una torre en Armenia y Paraguay y un sexto piso alquilado de Cabildo y
Ravignani, más chico que el anterior. Este ahorro permitiría comprar un terreno
para construir una casa para más familia.
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Parece que es un departamento de
planta baja con patio e invernadero: objetos tirados por los vecinos de arriba,
triciclo (o bicicleta, aunque no es la roja que se cruza turbiamente en el
balcón del sexto piso como regalo de Papá Noel), plantas en macetas (entre
otras, hay flores rosas), rejas verdes con “firuletes” decorando dos canteros llenos
de plantas (hay perejil y algún vegetal más).
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La habitación de la (todavía) hija
única: muebles de algarrobo; móviles junto a la ventana y la lámpara que cuelga
del techo; orden rosa, blanco y verde. Del futuro viene la musicalización con
rock melancólico de letras profundas sobre momentos de la vida. Se pliega en
las perpetuas mesita y sillitas de madera, pero no le sirve té a otra muñeca ─ya ninguna lógica─ y nadie entra para jugar.
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A la nena le dicen que es hora de
dejar el chupete. Un día lo tira al tacho, lo mira ahí en el fondo. Se lo
vuelve a poner. Al rato, mientras comía con los padres, se baja de la mesa y lo
tira. Basta, nunca más. Y cada vez que algo le impidiera decirse sin
obstáculos, un tajo de represión (y el de su obsesión ya instalada, también) se
zanjaría como una herida que se vuelve abrir aunque ya hubiera encima varias
mudas de piel. Emancipación de los dedos de la mano y la boca.
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La nena sabe que las alpargatas
blancas no le entran más. Va al placard empotrado a la pared (blancuzco) a
buscar las negras y rosas compradas “para cuando seas más grande”. La busca “donde va el calzado”, están en una
bolsita. Se pone las alpargatas nuevas. Una y otra vez. Para que entren. Duelen
los dedos. Se sale la piel. Los zapatos de nena más grande no le entran. ¿Cómo
puede ser, si son nuevos? La mamá se equivocó. La dejó sin zapatos. Impotencia.
Saca por primera vez los pies. Otro paso de danza independiza el esqueleto de
la bolsa de piel.
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Descalza corre por Brasil. En esa época
no entendía de alpargatas ni sandalias. Todo por las piernas. “Se escapó la
nena, ¿dónde está?, ¿cómo hizo?, ¡somos seis adultos!”. Vio y probó sacar la
traba de la puerta. Vio y probó alejarse para ver qué hay más allá. Pisar la
tibieza, enterrarse en la suavidad, juntar agua en el baldecito. olor salado.
eco de respiración universal. líquidoqueacuna. En la mente del puro presente,
solamente juego. No importan los accidentes y el desconsuelo. No existen los
autos, ni los abuelos, ni papá y mamá. Sin aliento. Alegría castillos de arena.
Todo por el mar.
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En primer grado usaba jumper gris,
camisa y corbata, y jugaba con todas las nenas del aula. Nunca podría
sociabilizar con los varones hasta casi terminada la secundaria. Una extraña
sensación de respeto. Hacia ellos –sí– y la entrada del sexo. Más tarde
encontraría en ellos algo vulnerable, que le haría sentir un poco de lástima y
ganas de tenerlos a todos, para no abandonar a ninguno (aunque no se puede
jugar con el más especial). Una relación que se da con los que logran un
contacto, visual, real, el deseo.
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Todas las nenas del curso sentadas en
ronda. Ella comandando la exploración. Las piernas como indiecito. La falda
ocultaba la operación del resto de los que estaban en el patio. Nadie lo notó.
Simplemente esas nenas tratando de descubrir lo que tenían entre las piernas. Ése
fue el rescate de los ojos.
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La nena lleva al jardín una “cajita
feliz” doblada y les dice a todos que es un libro. Ella siente cierto temor de
que la maestra le diga que no es un libro frente a todos los chicos. Se pone a
leerles el cuento (una instantánea de papel, libros en absoluto caos y
abundancia). No se olvidará jamás del miedo que tiene al mentir. Cuenta.
Cuenta. Cuenta. Liberación de la mente, el pensamiento, la cabeza, la obsesión
–sin parar– cuenta, cuenta, cuenta.
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Una nena crecida (con vestidito
blanco y de alrededor de veinte años) con los labios pintados tick-tack,
tick-tack, tick-tack.
Podés encontrar un fragmento leído de este texto en el video "Descalza corre por el mar".